INNOVAR TAMBIÉN ES FRACASAR Y… ¡NO PASA NADA! – por Isabel Portero

7 febrero, 2015 Emprendimiento, Innovación

“Como decíamos ayer”… Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca a sus alumnos, nada más volver de la prisión de Valladolid donde le habían encerrado de 1572 al 74 por la osadía de traducir el Cantar de los Cantares a la lengua castellana. ¡Menudo atrevimiento! Esto fue inicialmente considerado un sonoro escándalo y un fracaso profesional de su autor, que fue no solo defenestrado de su cátedra sino juzgado y encarcelado. Por suerte, Europa no era como es ahora y cuando salió de la cárcel, Fray Luis pudo incorporarse a su cátedra de Filosofía Moral en la Universidad de Salamanca. Siguió enseñando y escribiendo obras maestras. No mucho tiempo después la Biblia fue traducida a la mayoría de idiomas europeos y las lenguas europeas dejaron de ser consideradas vulgares.

Colón, por su parte, recibió financiación de la corona de Castilla para fletar tres barcos hacia la nada… sólo a partir de unos cálculos teóricos sobre un inusual modelo de la forma de la tierra y la posición de las Indias. Cálculos muy controvertidos y que no eran respaldados por la mayoría de los “key opinion leaders” científicos de su época. Sin embargo, consiguió la financiación de un estado en plena guerra, cruzó el Atlántico y fracasó en su empresa de encontrar las Indias. Cálculos equivocados para uno de los mayores encuentros de la Historia de la Humanidad.

Apple-Netwon_0Imaginaos ahora a un profesor de telecomunicaciones que en 1987 inicia un proyecto llamado Newton para Apple, con el objetivo de desarrollar una línea de PDA ….. ¡que fue un gran fracaso!. Si este hombre hubiera vivido en esta época y en España, con un contrato eventual en la Universidad o en una empresa de I+D, está fuera en dos días. En 2010 Apple decide retomar el proyecto IPAD basándose en la tecnología previamente desarrollada durante el proyecto Newton, lanza el Ipad y el resto es historia.

¿Por qué en Europa se dio un caso de Renacimiento tan asombroso en aquellos siglos, con tantos genios que dejaron su huella? Porque no había tanto miedo al riesgo y al fracaso. Entre el fracaso de Fray Luis, el de Colón y el fracaso de la PDA de 1987 no hay mucha diferencia. Todos sentaron las bases para grandes éxitos que acontecieron poco tiempo después. Sin embargo, aunque Fray Luis pudo seguir enseñando y Colón fue nombrado Virrey de las Indias, nuestro amigo de Teleco (500 años después) habría acabado deprimido en su casa tomando Prozac.

Uno de los grandes problemas que existen en la innovación es la “carrera del éxito”. El hecho de que los países sean “calificados” por Agencias (AAA, etc) demuestra muy a las claras lo importante que es salir bien en la foto. Y no sólo en una, sino en todas. Tener una mala calificación en una ocasión, o dos… está muy mal visto. Los profesionales triple A, sin un fallo, sin un traspiés, con carreras meteóricas plagadas de éxitos consecutivos. Esto es lo que se busca. En muchos casos, el imperio de la imagen ha podido con todo.

Porque, al final, todo esto es imagen ¿cuál es la “chicha” que hay detrás? Cuando uno va a una entrevista de trabajo más vale que oculte si una vez le han despedido, si un proyecto no salió como esperaba; en definitiva, si se sale de la carrera de la triple A. De hecho, parecen importar más las calificaciones de agencias externas (másteres, premios, etc) que la experiencia de alguien que ha recorrido un camino innovador, con lo que eso conlleva. ¿Por qué no se innova tanto como en el Renacimiento? porque para innovar hay que arriesgarse, fracasar y caer muchas veces; y eso queda mal en el Curriculum.

Henry Chesbrough, Profesor en la Haas School of Business de la Universidad de California, Berkeley (EE UU), cree que «sin fracaso no existe innovación». «Los mismos directivos que siempre hablan de innovación suelen ser los primeros en castigar el fracaso». Sin embargo, el fracaso es una consecuencia natural de experimentar, ayuda a aprender. Cuando una persona se adentra en un terreno desconocido, lo normal es que alguna vez equivoque el camino. Aparte, se necesita mucho coraje y una cierta dosis de “locura” para sacar los pies del tiesto e investigar aquellas cosas sobre las que no hay certezas, las que pueden fracasar estrepitosamente. Si fuera tan fácil hacerlo sin equivocarse ya lo habría hecho todo el mundo, y por tanto ya no sería una innovación.

Para evitar riesgos, casi todos los programas de ayudas a la I+D en Europa están diseñados para financiar seguridades, no aventuras. Promueven una ciencia y tecnología predecibles de antemano y llevadas a cabo por “equipos sólidos de carrera triple A” con currículos tan perfectos que son poco reales.

Esto es un problema tanto para los investigadores que ya han demostrado una solvencia, que tienen que ocultar aquello que les salió mal (fundamental para construir lo que ahora les sale bien), como para los outsiders, los nuevos talentos o las personas con carreras atípicas. En ambos casos son profesionales que se han caído y vuelto a levantar, fuera de la típica “carrera del éxito” basada en la pura imagen y el relumbrón social.

innovacionEstas personas corren los riesgos de una auténtica innovación y por tanto suelen ofrecer proyectos que, de salir bien, pueden ofrecer un enorme valor añadido. Normalmente, son proyectos que rompen algún paradigma aceptado de forma universal o bien que exploran algún aspecto no previsto en la ciencia oficial. Por eso, es muy difícil que obtengan financiación (sobre todo del Estado), porque son arriesgados. Sin embargo, lo racional en innovación biomédica es repartir la “tarta” del presupuesto entre ideas consolidadas en expansión y aproximaciones a lo que se suele llamar la frontera del conocimiento. Lo primero ofrece menor valor potencial pero un crecimiento sostenido, lo segundo puede ofrecer alguna tecnología realmente rompedora.

Innovar es las dos cosas: avanzar despacio sobre pasos consolidados y también idear cosas realmente nuevas, con el riesgo que eso supone y por tanto la posibilidad de “fracasar”. Ambas cosas deberían ser apoyadas desde las instituciones y las organizaciones que financian los desarrollos biomédicos. Son estrategias complementarias para un crecimiento sostenido. El problema sucede cuando sólo se financia lo que es completamente seguro.

Me consta que en España hay quien presenta sus trabajos para ser financiados al Estado ¡cuando ya los ha terminado!. Se presenta el caso científico de tal manera que parece imposible que no vaya a salir bien, porque de hecho el trabajo ya está terminado y obviamente se conoce el resultado. Después, con el dinero conseguido, financian la siguiente experimentación que (por supuesto) no debe “sacar demasiado los pies del tiesto”. Se podría llamar a esta política de I+D la del “blanco y en botella es leche”, donde se financia solamente lo que ya se sabe y además a los investigadores con un CV potentísimo a la manera tradicional que evitarán correr riesgos.  El sector privado, que podría compensar esta política, sólo lo hace parcialmente; porque el dinero es conservador y por razones igualmente de imagen, pesa mucho tener a bordo a un gran “líder de opinión” independientemente de sus aptitudes para recorrer el camino innovador concreto que nos hemos planteado hacer.

Para favorecer la innovación se tiene que dar una conjunción entre ser racional y sensato pero también seguir el propio instinto, ser realista y pisar terreno firme en algunas cosas pero no exigir seguridad en todo, saber mirar más allá de las apariencias tanto en la evaluación de proyectos como del equipo que se presenta. Al final, hay que hacer una apuesta y dar una oportunidad. Todo ello sabiendo que la auténtica innovación no es completamente predecible de antemano y los resultados suelen sorprender incluso al que ha planteado el proyecto. Sin embargo, aunque todo camino innovador recorrido o bien ofrece éxitos tangibles de inmediato o bien sienta las bases para éxitos subsecuentes.  

Apostar por la innovación es luchar por el cambio real, sabiendo que a veces conduces por carreteras arriesgadas y que tal vez acabes en un lugar algo diferente del que pensaste inicialmente, pero siempre un lugar de valor añadido.